12/03/2009

Vértigo

[texto de hace tiempo, mucho tiempo -lo que pasa es que no quiero recordar cuándo fue y llegar a darme cuenta de que no fue hace tanto-. Unos meses después del suicidio de Andreu, pero no sólo eso...]



Hay muchas formas de largarse, te puedes largar físicamente, coger un tren, bajar en la estación que menos invite a ello, y... Pero esta también es una forma de largarse, negar los preceptos sociales, negarse a sí misma, abandonarse en la esquina de un cuarto que está en la quinta planta y sentir vértigo al asomarse por el balcón. Un balcón ya marcado. Me duele el cuerpo, me escaman las sonrisas, incapacidad de acercarme a nadie.

En un mundo sin referentes, todo carece de sentido, limitarse a la propia vida no es suficiente y salir de ella es un no-encontrarse. Estoy nerviosa, ansiosa, como cinco minutos antes de cometer una locura, de tirarme en medio de la avenida más transitada de barcelona, de gritar, de saltar al vacío, aunque el mero pensamiento de esto último me encoge el alma y expresarlo para nada me calma, sino que me excita más aún. Me siento como si me estuviera adentrando en el abismo del egoísmo más puro, no por pensar, intuir, maquinar acciones contra otros, o contra el “bien común” (como diría algún teórico ya pasado de moda), sino por verme presa de la incapacidad de pensar, de tener en cuenta al otro; de abrir un grieta por la que alguien me pueda sacudir y comunicarse conmigo...Todo me resulta ajeno y lejano; y esa enajenación actúa como prisión, como tortura autoimpuesta.

Las últimas interacciones con gente han sido como diseñar un escaparate y comprobar su eficacia comercial. Pero necesito salir de aquí, me asfixio, hay una mancha negra que va subiendo desde el estómago y que me aprieta el cerebro con una vehemencia que me impide pensar, o llegar hasta mí, no sé Me cuesta pensar en salir al mundo, en bajar a la calle, me dan vértigo todos y cada uno de los escalones de esta casa, abrir la puerta, tener que tomar conciencia de mi cuerpo, que lo bañe el sol y me recuerde que tengo piel, que me desvíe hacia el conocimiento de que si yo no guío mis pasos, no me moveré del lugar en el que esté. Pero no quiero salir, no sé a dónde podría ir, la calle está llena de gente que ahora sí, se me presentan como figuras de un video-juego en una pantalla a la que no quería llegar, a pesar de saber que estaba en el menú y que algún día tendría que pasar por ella.

No sé qué será la locura fuera del sentido común, o tal vez esté empezando a saberlo
 
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