Hay muchas formas de largarse, te puedes largar físicamente, coger un tren, bajar en la estación que menos invite a ello, y... Pero esta también es una forma de largarse, negar los preceptos sociales, negarse a sí misma, abandonarse en la esquina de un cuarto que está en la quinta planta y sentir vértigo al asomarse por el balcón. Un balcón ya marcado. Me duele el cuerpo, me escaman las sonrisas, incapacidad de acercarme a nadie.
En un mundo sin referentes, todo carece de sentido, limitarse a la propia vida no es suficiente y salir de ella es un no-encontrarse. Estoy nerviosa, ansiosa, como cinco minutos antes de cometer una locura, de tirarme en medio de la avenida más transitada de barcelona, de gritar, de saltar al vacío, aunque el mero pensamiento de esto último me encoge el alma y expresarlo para nada me calma, sino que me excita más aún. Me siento como si me estuviera adentrando en el abismo del egoísmo más puro, no por pensar, intuir, maquinar acciones contra otros, o contra el “bien común” (como diría algún teórico ya pasado de moda), sino por verme presa de la incapacidad de pensar, de tener en cuenta al otro; de abrir un grieta por la que alguien me pueda sacudir y comunicarse conmigo...Todo me resulta ajeno y lejano; y esa enajenación actúa como prisión, como tortura autoimpuesta.

No sé qué será la locura fuera del sentido común, o tal vez esté empezando a saberlo