1/05/2011

Sola. O solo, de solo nos queda la risa [1]

Hacía mucho que no disfrutaba tanto de mi soledad (qué remedio), o más bien, de estar sola [2]. Lo de la soledad es algo más complejo, más profundo que, sencillamente, hora no me apetece (ni necesito) pensar.

Sin embargo, se había deteriorado la relación, ni siquiera lo había pensado; pero creo que estaba convencida de que nunca me costaría volver al estado de “allein sein”, que no tendría que hacer ningún esfuerzo por situarme en el papel de observadora constante, de la que no interactúa en un espacio más que con su presencia; que tampoco tendría que esforzarme por mantener un (continuo) diálogo conmigo misma, sin interferencia externa alguna, o por perderme en hilos de pensamiento, a veces complejo, muchas otras, de “nube rosa” o de “lilula”. Off topic: a pesar de lo que se muestre de la historia de la filosofía (o del pensamiento europeo), hace mucho que aprendí que pensar, aprender a pensar (que es como se piensa) se hace principalmente en comunidad. (En parte por eso, tienen sentido las asambleas y su transversalidad) y en el estar sola encuentro a faltar esa mirada ajena con la que intercambiar/incorporar pareceres, percepciones, divergencias, miradas; pero ahora no es imprescindible.




Supongo que uno de los gestos que más me ha costado reprimir, a la vez que recuperar es el de (no) reirme sola por la calle: poder comentar(me) un peinado extraño que camina al lado, un titular mal redactado leído de refilón al pasar cerca de un quiosco, un gesto torpe propio, un recuerdo deformado que irrumpe de repente... abstraerme lo suficiente como para que ese comentario gracioso sea eso, un comentario, una forma de verlo -casi externa-; pero no La forma de mirarlo (las gafas, que diría la pintada del baño del instituto). Y así poder saborearle la gracia, el toque de humor. Una vez llegado a ese punto, recuperado el humor sin necesidad de interacción, de contraste; la dificultad ha consistido en no reir como si, efectivamente, tuviera un interlocutor, en reprimir la carcajada. Porque no tengo interlocutor, y entonces, solo queda una calificación posible, la del loco. Y aunque sepa que es posible que no vuelva a pisar ese sitio, o que si lo hago, lo haré dentro de muchos años, y que, en todo caso, ninguna de las personas que tengo cerca en ese momento se volverán a cruzar nunca conmigo y que ¿y qué si lo hicieran? no puedo evitar sentir cierto pudor, cierta obligación adquirida, incorporada, interiorizada de mantener las normas de conducta, no necesariamente de la buena conducta, pero sí las formas, porque soltar la carcajada, reentaría la deformación de esas formas. Al reprimir alguna de esas carcajadas me he dado cuenta de una cosa importante (he aquí una de las utilidades de este viaje): que echo de menos reirme a carcajada limpia, sin pudor, sin reparos, sin condescendencia.

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El humor se me presenta muchas veces como una de las manifestaciones de inteligencia más refinadas que conozco (que pueda llegar a conocer). [3] Una de las contraindicaciones más peligrosas del estrés (activista, o de ese generado por las cosas que te importan) es, pues, precisamente eso: la reducción en número y la disminución cualitativa de la carcajada a borbotones[4]. Lo echo de menos no con nostalgia, sino con necesidad.

Y no sé bien cómo solucionar el problema al volver, ¿lo añado a mi larga lista de tareas para aumentar ese estrés que disminuye la risa? ¿Obligo a mis círculos sociales a hacer talleres de humor? ¿Estoy condenada a ver la Vida de Bryan en random?

He decidido (pensar) que el humor y la risa desvocada son una práctica, así que se trata de ensayarla, de repetirla, de aplicarla. Sin piedad. Sin contemplaciones. (y es que la risa tiene por lo general un componente pequeño, ínfimo de crueldad). Si no es así, si de esta forma no funciona, “zarandeemos a Aristóteles y demandémosle por la risa”.



Apuntes: al elegir en las herramientas del menú del openoffice el castellano como idioma, la única palabra que no reconocía el diccionario era “risa”.





[1] Este título se le tiene que agradecer por entero a la RAE, que exterminó esa tilde que a mí tanto me gustaba, la que distinguía solo (adj) de sólo (adv, abreviatura de solamente). Un sacrificio que solo (o sólo, si una es un poco conservadora -o más bien, tiquismiquis nostálgica- con los entresijos de la lengua) ahora ha mostrado sus frutos. Aunque también provoque equívocos, como este de Berto, que tanto me gusta (Berto y el equívoco, aclaro para disipar las dudas a pesar de las comas): “he tenido solo seis horas de sexo”. Por suerte (o por desgracia) es una confusión que solamente puede darse con los hombres, o aquellas personas que se refieren a sí mismas en género masculino (véase: Rita Barberá). Así pues, estas seis líneas demuestran que tras décadas de existencia, la RAE tiene sentido. (Silogismo en BarBerÁ).



[2] por enésima vez comento que la precisión del alemán para definir y discenir estados y “esencias” me asombra. “Allein sein”, estar sola/o, indica el estado físico, el de la película de “Solo en casa”. “Einsam sein” se refiere al estado de soledad, al solitario/a, a la pesadez de no tener a nadie, de no tener comunidad, al personaje de la película de “Persona”.



[3] Supongo que, en parte, por eso me dejaba perpleja la incomprensión de antonio o david cuando yo afirmaba, sin miramientos, de pasada, que Emilia era una mujer muy inteligente; y ellos no entendían cómo podía decir algo así de alguien que “no tenía estudios” y que, además, muchas veces actuaba de forma muy visceral. (La inteligencia visceral, emocional, esa de la que estamos tan faltos). Reirse de los errores propios sin despecho, de la candidez mostrada en algún momento o de las situaciones embarazosas en las que en ese preciso instante nos va la vida, si alguien sabe hacer eso sin pensarlo, es obviamente una persona inteligente (o un completo estúpido, está claro).

[4] De mayor quiero ser humorista mujer (por eso, estudio derecho), pensamiento enlilua [menor]. 
 
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