2/28/2011

Los márgenes de otra decisión más

Decidí que me estaba enamorando, como una aventura (vital) más, como algo nuevo que probar. De hecho, cada vez que te enamoras es algo nuevo, ¿no? Pues probemos de nuevo.
Era extraña esa sensación de no desempeñar el papel de amada, sino más bien de amante, en un contexto que además no sabía definir, y, por lo tanto, usar. Y al mismo tiempo percibir cómo el paso a través de experiencias vividas (e incluso ajenas) me obligaba a ver que los momentos en los que yo me sentía insegura, impostora en ese espacio que estaba construyendo (qué más da si con naipes o con cemento macizo, los instantes son efímeros y componen nuestras vidas, eso no importaba ahora, aun) con él eran probablemente los mismos momentos en los que él dudaba de sí mismo y del papel que estaba jugando. La experiencia incorporada a la mirada, la mirada atravesada por ella, de esa forma peculiar que te obliga a dar un paso atrás y ver la situación desde afuera, como una película, en la que en ese momento se están definiendo los personajes, con sus lugares comunes, la repetición de tópicos y la seguridad de que no todo está escrito, que cualquiera de los dos personajes te puede sorprender.

Albergaba la esperanza de haber (intentado) aprender a dar cosas bonitas en una relación, también de exigirlas: no con palabras, sino con la actitud. Yo estaba esperanzada [1] con que fuera así, es decir, no lo había analizado, pensado; no había hecho ese análisis a posteriori que permite reconocer el error en la forma de actuar. Detectaba eso como un peligro latente, pero determiné no afrontarlo. No de momento.


Todo era nuevo en un escenario conocido, en parte, confeccionado por mí. Cuando conseguía superar la inseguridad que empequeñece me regodeaba en la sensación de impostura. Las cosas como son: en los últimos meses me movía en un espacio tan pequeño que gozaba de demasiado reconocimiento (el cual tampoco rehuía), y la incomodidad de sentirme ilegítimamente acompañando (que no haciendo compañía) a alguien (tal vez sólo hasta la esquina, la cama, o mucho más allá; me estimulaba no saber a o hasta dónde: horizonte infinito de probabilidades en que tú eres sólo una de las dos personas que decide qué forma ha de adoptar ese horizonte, cómo de lejos está, si existe siquiera) me despertaba los sentidos, me reubicaba en un lugar desconocido, más bien, poco transitado.


Afilar los sentidos.

Lo realmente ex-traño, lo que más me desconcertaba es que no sentía desconfianza. Hasta el punto de que su perplejidad ante mi "confesión", más bien explicación de que no había sufrido nunca desamor me picaba la curiosidad. En algún momento estuve convencida de que permitiría que él fuera mi experiencia de desamor.

 < Off topic > Supongo que no había entendido "el desamor", la vivencia de éste no se da por un permiso, una licencia que una se otorga a una misma; sino que viene impuesta por el segundo sujeto de decisión, el que roba el horizonte, lo reduce a partículas imperceptibles, el que te enclaustra en cuatro paredes desde donde solo puedes ver lo que su figura te deja/decide que veas, y te quedas atrapada pensando que no hay nada que merezca la pena más allá de esas cuatro paredes.


No lo había entendido/vivido, pero sabía perfectamente cómo era; y esta vez ese conocimiento no estaba en deuda con experiencias ajenas y cercanas; también sabía qué elementos entraban en juego, y, sí, supongo que con cierta prepotencia, estaba segura de que se trata de estar primero (constitutivamente) enamorada críticamente de la vida (seguramente de la propia) para poder desterrarlo más allá de cualquier horizonte posible. Dicho de otra manera que es justo todo lo contrario, el "desamor" es un sustantivo (monolítico), yo me decantaba ontológicamente por "amar", por el verbo, que es proceso. Así pues, se trataba de exiliarse del proceso cuando éste ya no se puede dar, cuando se estanca a pesar de tu empecinamiento, incompresión, deseos. No hay que esforzarse en entenderlo, sino todo lo contrario, zanjarlo, abandonarlo en su incompletud, y asumir irracionalmente la imposibilidad de seguir perteneciendo a ese proceso. Arrancar las raíces, transplantarse; reinventarse, pero nunca entender.
< / off topic >

Me atraía ese reto pausado en el que nada está en juego, y apuestas todo sin querer. Caminar firmemente sobre la cuerda del funámbulo con el suelo a miles de metros bajo tus pies, mientras sabes que tal vez seas tú la que en el siguiente paso decidas (de nuevo) girar la esquina y encontrarte andando por una avenida en la que la cuerda no puede ser más que una ilusión que incoporar al recuerdo.










[1] la lectura de esta frase va acompañada de un sonido que indica retintín

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